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8 de junio de 2011

La madre Tierra o la revolución Productiva


La Madre o la Revolución Productiva
Por: Alicia Tejada Soruco
Quienes de una u otra forma se han vinculado con espacios que arrastran siglos de colonización a sus  espaldas, saben que la ausencia de conocimiento para decidir sobre políticas de Estado, es una de sus más funestas herencias.
La madre tierra de los bolivianos que aspiran a “vivir bien” (concepto que se debate desde 1914) sin destruirla-se y no por la voluntad de ningún gobierno de turno sino gracias a gigantescas movilizaciones ciudadanas urbanas y rurales,  debe ser una de las más afectadas por la crisis que no deja que muera un pasado individualista, extractivista y capitalista de quinientos años, en el que los enemigos no son los personajes políticos de turno sino los modelos de “desarrollo y progreso” que adeudan la destrucción de vasta regiones del país. (Ejemplo, la minería).
El año 2006, el presidente de los bolivianos declaró públicamente el rechazo a los transgénico, postura que se expresó además en la Constitución Política del Estado. La misma postura se constituye en impostura cuando se lee el art. 409, modificado a espaldas de los pueblos para abrir el paso a los transgénicos.
Cinco años después, la impostura también, anuncia la Ley de la Revolución Productiva que abre la producción, importación y comercialización de organismos genéticamente modificados (transgénicos) violando la Ley de Derechos de la Madre Tierra que establece: a) el derecho a la Es el derecho a la preservación de la diferenciación y la variedad de los seres que componen la Madre Tierra, sin ser alterados genéticamente ni modificados en su estructura de manera artificial, de tal forma que amenace su existencia, funcionamiento y potencial futuro y el derecho al mantenimiento de la integridad de los sistemas de vida y b) los procesos naturales que los sustentan, así como las capacidades y condiciones para su regeneración.
No hay ninguna novedad en el tema de los transgénicos; e trata de una estrategia de poder, muy antigua: Quien tiene la semilla tiene el alimento y por tanto tiene el poder. Las semillas transgénicas vienen con todo el paquete tecnológico, fertilizantes, agroquímicos, maquinarias, poderosas empresas transnacionales se enriquecen con el negocio. Estas semillas están patentadas y no se re-producen, generando dependencia de quien las vende.
Al adquirirlas, como política de gobierno, dejamos de lado miles de semillas (valores genéticos) que sustentan la autonomía alimentaria de los pueblos y la base de la diversidad genética de nuestros ecosistemas. Hace algunas semanas una transnacional ya patentó la quinua chilena para modificarla genéticamente y venderla en esta condición, con exclusivos derechos. Perú ha prohibido los transgénicos por diez años.
El modelo agro industrial no está interesado en la soberanía alimentaria del país sino en sus exportaciones. Importamos papa y casi el 40% de lo que comemos. Se suma el anuncio de la ampliación de la frontera agrícola como otra revolucionaria medida.

De mal en peor


De mal en peor

Marco Octavio Ribera Arismendi
Biólogo transdisciplinario y ecologista

Junio del 2011

La intencionalidad expresa del gobierno del MAS, de autorizar la producción, importación y comercialización de transgénicos (productos derivados de organismos genéticamente modificados), en la propuesta de Ley de la revolución productiva, forma parte de un extenso y diverso escenario de abiertas agresiones ecológicas y contravenciones a las normas ambientales, donde desfilan exploraciones petroleras, proyectos geotérmicos y carreteras en áreas protegidas, ventajas a las transnacionales, megarepresas, megaproyectos mineros, consignas ministeriales expresas de expandir las fronteras agropecuarias, luz verde a la colonización en regiones ambientalmente frágiles, etc.

Se ha escrito y hablado mucho sobre el triste desempeño gubernamental en diversos campos, en lo económico, que llega a un climax con el gasolinazo de fines del 2010; en lo jurídico, con normas verticales poco o nada consensuadas, como la nueva Ley de hidrocarburos, u otras que contradicen  abiertamente otras normas e incluso a la nueva Constitución Política del Estado; en lo productivo, profundizando innecesariamente la crisis de alimentos básicos, y hasta en lo diplomático, invitando a un esbirro de un país de medio oriente, buscado por la justicia y con cargos criminales en un país vecino, que además es socio económico estratégico de Bolivia. Yo soy un experto ambiental, no una analista político, pero, si las calificaciones de desempeño en esos rubros, parecen rondar una tácita reprobación, en lo ambiental o socio-ambiental, el resultado es sin duda un aplazo catastrófico. Ni los gobiernos más retrógrados e irresponsables, lo hicieron peor, esto haciendo memoria incluso hasta 1990. El avasallamiento desarrollista y el desprecio por los temas ambientales, es de tal magnitud, que los jerarcas y tecnócratas del periodo denominado neoliberal, en términos de manejo irresponsable del tema, podrían ser considerados como unos simples aficionados, unos amateurs. Por ejemplo, nunca antes en los últimos 15 años, se había relegado el tema de las áreas protegidas al último desván del aparato estatal, al punto de que en la actualidad se prevé un debacle, tanto en lo que hace su sustentación económica, como por las numerosas vulneraciones en todas las regiones del país.

Para tomar otro ejemplo, el complejo cañero de San Buenaventura (empresa azucarera), ya cuenta con financiamiento y se ha iniciado la licitación de la construcción, además se llegó incluso a iniciar la siembra de caña (¿figura simbólica?), todo esto sin dar a conocer un proyecto responsable de diseño final (no los deficientes documentos presentados en años anteriores), sin estudio de evaluación de impactos ambiental, sin consulta pública, obviamente sin licencia ambiental. La figura es asombrosamente precaria y simplista, posiblemente como en 1980, cuando no existía ninguna norma ambiental en el país.

En otros casos, los estudios de evaluación de impactos ambiental, fueron unos absolutos mamarrachos técnicos, que causa asombro como pudieron ser aprobados, por ejemplo los referidos a la exploración petrolera en Liquimuni e incluso el del megaproyecto minero Mutún. En otros casos, estos estudios, que desafortunadamente son una simple luz verde para arrancar cualquier obra o proyecto, son casi desconocidos para la sociedad en general e incluso para los directamente afectados, tal es el caso de la carretera que partirá al TIPNIS, donde además se viene realizando una evaluación estratégica “entre gallos y media noche” (además de carácter ex-post lo cual es incongruente), la figura se replica en la carretera entre San Buenaventura e Ixiamas, o el camino Mutún-Puerto Busch. Un ejemplo de precariedad y al mismo tiempo de mala intencionalidad, se da por ejemplo en el diagnóstico socio cultural (que es la base del Plan Indígena) de la carretera entre San Buenaventura e Ixiamas, donde un anónimo antropólogo o sociólogo encargado del tema, se aboca a minimizar y deslucir la relevancia cultural del pueblo indígena Tacana, asumiendo de manera superflua una ausencia de identidad debido a “siglos de aculturación” o la pérdida de lengua y costumbres. Por el contrario, este penoso y anónimo profesional, se dedica a ensalzar injustificadamente la supuesta relevancia cultural de los colonos, llamados eufemísticamente “comunidades interculturales”. En base a mamarrachadas de esta naturaleza están siendo otorgadas las Licencias Ambientales. En Coro Coro, ni siquiera se hizo un estudio de evaluación de impacto, y solo se presentó la Declaración de adecuación ambiental, argumentando que se trataba de un proyecto ya en curso, siendo que todo el proceso hidrometalúrgico a relativamente gran escala, arrancó sin contar con la Licencia Ambiental.

Si los estudios de evaluación tienen dramáticas deficiencias e inconsistencias técnicas, los procesos de consulta pública han sido tan mal llevados que rayan en la perversidad. En el caso de Liquimuni, las pseudo consultas realizadas por la empresa Petroandina y las oficinas ambientales sectoriales, llegaron literalmente a fracturar a las organizaciones indígenas Leco y Mosetene de la región. Paradójicamente a esta inobservancia de las normas relacionadas a la consulta pública, se suman las reiteradas declaraciones en contra de las justas reivindicaciones indígenas, por parte de un primer mandatario, supuestamente indígena.

Volviendo a los transgénicos, llama la atención la escasa consistencia de principios y de convicción del actual esquema de gobierno. El año 2006, el gobierno a partir del Primer mandatario, declaraba públicamente el rechazo a los transgénicos, algo que se mantuvo hasta el año 2009 y que llego incluso a plasmarse en la versión pre-final de la nueva constitución Política del Estado. Pero, algo pasó a fines del 2009, y la sorpresa fue que el texto final aprobado de la nueva constitución, abría las puertas en su artículo 409 a los transgénicos. Hecha la Ley, hecha la trampa, y ahora el presidente de la ANAPO, aplaude y apoya el texto de la curiosa Ley de la revolución productiva, asumiendo que debe respetarse la norma. No hay necesidad de incurrir en un debate que se torna bizantino, y donde los voceros del IBCE y las grandes corporaciones del oriente se explayan pregonando las supuestas bondades de los transgénicos. Existe numerosos estudios y ensayos científicos serios que alertan sobre los potenciales riesgos sobre la salud, por ejemplo en torno a los  juegos ingenieriles de lograr secuencias de genes y plásmidos de bacterias altamente patógenas en la transgénesis, o el tema del contaminación horizontal  con pólenes genéticamente modificados que infectan plantas nativas y la biodiversidad natural (como ocurrió con el maíz nativo de México y las variedades modificadas de la Monsanto). Estos elementos serían la base para la aplicación del principio precautorio, algo que desde luego los impulsores de la norma o las corporaciones agroindustriales, o desconocen o les importa un pepino.

En torno a los transgénicos, es necesario poner en evidencia algo que con frecuencia se pasa por alto. Los mayores beneficiarios de los transgénicos no será la población en general del país, supuestamente librado de la crisis alimentaria, menos aun los campesinos pobres en las regiones rurales. De hecho los transgénicos son la maquinaria biológica para incrementar la producción de bicombustibles como el biodiesel y no tienen mucho que ver con paliar el hambre de la gente. De cualquier forma, los mayores beneficiarios son las grandes corporaciones o cámaras del oriente, donde además los socios mayoritarios son brasileros y argentinos, pero especialmente los que hacen el mejor festejo, son las grandes transnacionales que comercian millonariamente con las semillas transgénicas y agrotóxicos, como la Monsanto, Syngenta, Basf, Dupont, etc., es decir el agrocapital. En efecto la proliferación de semillas, variedades y cultivos transgénicos, son la mas clara y nefasta expresión del capitalismo mundial y transnacional, algo sobre los cual supuestamente el gobierno del MAS se declara contrario.

Algo que causa estupor, la controversial propuesta de Ley de la revolución productiva que abre la producción, importación y comercialización de organismos genéticamente modificados (transgénicos), contradice abiertamente a la Ley de Derechos de la Madre Tierra (artículo 7) que con tanta pompa aprobó el gobierno a partir de la Asamblea Plurinacional a fines del 2010, en su afán de querer seguir mostrándose internacionalmente como paladín de la defensa de la naturaleza. Dicha norma corta (resumen de las propuesta mas extensa) en su artículo 7, sobre los DERECHOS DE LA MADRE TIERRA, el inciso 2 menciona que la Madre Tierra tiene derecho: A la diversidad de la vida: Es el derecho a la preservación de la diferenciación y la variedad de los seres que componen la Madre Tierra, sin ser alterados genéticamente ni modificados en su estructura de manera artificial, de tal forma que se amenace su existencia, funcionamiento y potencial futuro. Resulta increíble tanta contradicción, al punto de parecer una burla.

Con todo esto, se puede observar que existe una colisión y embotellamiento de normas, comenzando por la nueva constitución Política del Estado, que se chocan contradicen unas a otras,  lo cual muestra simplemente el nivel de caos jurídico reinante, que crece con cada nueva propuesta de norma que impulsan o emiten los jerarcas del gobierno. Sin duda el ministro impulsor de la mencionada Ley de la revolución productiva, no se tomó la molestia de leer la Ley de los Derechos de la Madre Tierra.

Por mi parte, treinta y uno años de bregar en el tema ambiental, lamentando los desmanes y menosprecios hacia la naturaleza y los pueblos indígenas, de miristas, emenerristas, adenistas, etc., pero cuando a inicios del 2006 parecía llegar la esperanza de un nuevo amanecer, resulta que es una noche muy, muy triste y oscura.

La Madre Tierra o la revolución Productiva


La Madre o la Revolución Productiva
Por: Alicia Tejada Soruco
Quienes de una u otra forma se han vinculado con espacios que arrastran siglos de colonización a sus  espaldas, saben que la ausencia de conocimiento para decidir sobre políticas de Estado, es una de sus más funestas herencias.
La madre tierra de los bolivianos que aspiran a “vivir bien” (concepto que se debate desde 1914) sin destruirla-se y no por la voluntad de ningún gobierno de turno sino gracias a gigantescas movilizaciones ciudadanas urbanas y rurales,  debe ser una de las más afectadas por la crisis que no deja que muera un pasado individualista, extractivista y capitalista de quinientos años, en el que los enemigos no son los personajes políticos de turno sino los modelos de “desarrollo y progreso” que adeudan la destrucción de vasta regiones del país. (Ejemplo, la minería).
El año 2006, el presidente de los bolivianos declaró públicamente el rechazo a los transgénico, postura que se expresó además en la Constitución Política del Estado. La misma postura se constituye en impostura cuando se lee el art. 409, modificado a espaldas de los pueblos para abrir el paso a los transgénicos.
Cinco años después, la impostura también, anuncia la Ley de la Revolución Productiva que abre la producción, importación y comercialización de organismos genéticamente modificados (transgénicos) violando la Ley de Derechos de la Madre Tierra a la diversidad de la vida que, según el biólogo Octavio Ribera, es el derecho a la preservación de la diferenciación y la variedad de los seres que componen la Madre Tierra, sin ser alterados genéticamente ni modificados en su estructura de manera artificial, de tal forma que se amenace su existencia, funcionamiento y potencial futuro.
Quienes sostienen que este es un tema de “ecologistas románticos” preocupados por unas cuantas semillas más que por el progreso del país, se trata de una estrategia de poder, muy antigua: Quien tiene la semilla tiene el alimento y por tanto tiene el poder. Las semillas transgénicas se venden con todo el paquete tecnológico, fertilizantes, agroquímicos, maquinarias etc. poderosas empresas transnacionales se enriquecen con el negocio (MONSANTO). Estas semillas están patentadas y no se re-producen, generando dependencia de quien las vende.
Al adquirirlas, como política de gobierno, dejamos de lado miles de semillas (valores genéticos) que sustentan la autonomía alimentaria de los pueblos y por tanto la soberanía alimentaria. Hace algunas semanas una transnacional ya patentó la quinua chilena para modificarla genéticamente y venderla en esta condición, con exclusivos derechos. Chile comercializará todos sus productos en su paso por Bolivia (TIPNIS) hacia el Brasil.
El modelo agro industrial no está interesado en la soberanía alimentaria del país; no comemos soya ni etanol (que provoca la escasez del azúcar puesto que proviene de la caña). Importamos papa y casi el 40% de lo que comemos. A ello se suma la ampliación de la frontera agrícola.

La Madre Tierra o la revolución Productiva

La Madre o la Revolución Productiva
Por: Alicia Tejada Soruco
Quienes de una u otra forma se han vinculado con espacios que arrastran siglos de colonización a sus  espaldas, saben que la ausencia de conocimiento para decidir sobre políticas de Estado, es una de sus más funestas herencias.
La madre tierra de los bolivianos que aspiran a “vivir bien” (concepto que se debate desde 1914) sin destruirla-se y no por la voluntad de ningún gobierno de turno sino gracias a gigantescas movilizaciones ciudadanas urbanas y rurales,  debe ser una de las más afectadas por la crisis que no deja que muera un pasado individualista, extractivista y capitalista de quinientos años, en el que los enemigos no son los personajes políticos de turno sino los modelos de “desarrollo y progreso” que adeudan la destrucción de vasta regiones del país. (Ejemplo, la minería).
El año 2006, el presidente de los bolivianos declaró públicamente el rechazo a los transgénico, postura que se expresó además en la Constitución Política del Estado. La misma postura se constituye en impostura cuando se lee el art. 409, modificado a espaldas de los pueblos para abrir el paso a los transgénicos.
Cinco años después, la impostura también, anuncia la Ley de la Revolución Productiva que abre la producción, importación y comercialización de organismos genéticamente modificados (transgénicos) violando la Ley de Derechos de la Madre Tierra que establece: a) el derecho a la Es el derecho a la preservación de la diferenciación y la variedad de los seres que componen la Madre Tierra, sin ser alterados genéticamente ni modificados en su estructura de manera artificial, de tal forma que amenace su existencia, funcionamiento y potencial futuro y el derecho al mantenimiento de la integridad de los sistemas de vida y b) los procesos naturales que los sustentan, así como las capacidades y condiciones para su regeneración.
No hay ninguna novedad en el tema de los transgénicos; e trata de una estrategia de poder, muy antigua: Quien tiene la semilla tiene el alimento y por tanto tiene el poder. Las semillas transgénicas vienen con todo el paquete tecnológico, fertilizantes, agroquímicos, maquinarias, poderosas empresas transnacionales se enriquecen con el negocio. Estas semillas están patentadas y no se re-producen, generando dependencia de quien las vende.
Al adquirirlas, como política de gobierno, dejamos de lado miles de semillas (valores genéticos) que sustentan la autonomía alimentaria de los pueblos y la base de la diversidad genética de nuestros ecosistemas. Hace algunas semanas una transnacional ya patentó la quinua chilena para modificarla genéticamente y venderla en esta condición, con exclusivos derechos. Perú ha prohibido los transgénicos por diez años.
El modelo agro industrial no está interesado en la soberanía alimentaria del país sino en sus exportaciones. Importamos papa y casi el 40% de lo que comemos. Se suma el anuncio de la ampliación de la frontera agrícola como otra revolucionaria medida.

Tumbar los bosques para comer


Tumbar los bosques para comer
Por: Alicia Tejada Soruco
Las políticas de Estado, han determinado qué vocación tendría cada uno de los Departamentos de Bolivia. Desde la década de los cincuenta hasta nuestros días, con la Reforma Agraria, Plan Bohan- marcha hacia el Oriente- programas de colonización dirigida y de apoyo a las espontaneas y Tierras Bajas del Este, Santa Cruz se configura como el epicentro de la agro industria.
Cada política viene acompañada del presupuesto; Banco Agrícola, Banco Mundial, FINDESA, EMAPA, Gravetal, bio combustibles. La implementación de estos programas provoca cambios en el mapa de cobertura vegetal. Si sobreponemos al mapa de pérdida de cobertura boscosa a los lugares en los que se implementaron estas políticas,  la relación es evidente. La política de estado determina la situación actual de los bosques en Bolivia.
Con idéntica secuencia se pueden medir los desmontes, chaqueos y quemas en Santa Cruz que se lleva el 75% de la deforestación ocurrida en el país, más de doscientas mil hectáreas cada año, cifra a la cual se debe sumar el descontrol de las quemas que ocurrieron en bosques y tierras forestales de producción.
Considerado santa Cruz como  el epicentro de la agroindustria boliviana, las tierras y suelos destinados a este efecto también se determinaron científicamente. Estudios de uso de suelo señalaron que podríamos disponer de cierta cantidad de tierras para agricultura. A la línea que divide las tierras de bosques de las de uso agrícola se le llama frontera agrícola. Significa que la agricultura no puede pasar a tierras de bosques sin ocasionar cambios que nos afectarán a todos.
La frontera es un límite científico que nos dice cuándo detenernos. Los suelos, que no son de uso agrícola o ganadero se deterioran y desertifican hasta perderse, si los utilizamos para este fin. Haití  en pocas décadas se convirtió en un desierto demostrando con ello que los desmontes, quemas, cultivos extensivos e intensivos y chaqueos, realizados en tierras no aptas, profundizan también el vínculo pobreza rural-migraciones-pobreza urbana.
No obstante, sin preocuparse por fundamentar tal postura con datos científicos, funcionarios de gobierno y de algunos sectores, han declarado que si no ampliamos la frontera agrícola pondríamos en riesgo nuestra seguridad alimentaria cuando, con casi más de dos millones de hectáreas cultivadas, no solo nos hemos alimentado los bolivianos; sino que hemos cultivado y exportado para atender las demandas de otros países exitosamente, según datos de los mismos sectores.
Hay quienes han hablado incluso de expandir la frontera agrícola hacia tierras de bosques, omitiendo explicarnos con qué bosques asegurarán los servicios ambientales que requiere la misma actividad agrícola (lluvias, climas estables, agua, aire). En todo caso hay que deponer el discurso alarmista de la “inseguridad alimentaria” y transitar hacia la seriedad, el conocimiento, los saberes, y la ciencia sobre la política agraria boliviana.