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8 de junio de 2011

Tumbar los bosques para comer


Tumbar los bosques para comer
Por: Alicia Tejada Soruco
Las políticas de Estado, han determinado qué vocación tendría cada uno de los Departamentos de Bolivia. Desde la década de los cincuenta hasta nuestros días, con la Reforma Agraria, Plan Bohan- marcha hacia el Oriente- programas de colonización dirigida y de apoyo a las espontaneas y Tierras Bajas del Este, Santa Cruz se configura como el epicentro de la agro industria.
Cada política viene acompañada del presupuesto; Banco Agrícola, Banco Mundial, FINDESA, EMAPA, Gravetal, bio combustibles. La implementación de estos programas provoca cambios en el mapa de cobertura vegetal. Si sobreponemos al mapa de pérdida de cobertura boscosa a los lugares en los que se implementaron estas políticas,  la relación es evidente. La política de estado determina la situación actual de los bosques en Bolivia.
Con idéntica secuencia se pueden medir los desmontes, chaqueos y quemas en Santa Cruz que se lleva el 75% de la deforestación ocurrida en el país, más de doscientas mil hectáreas cada año, cifra a la cual se debe sumar el descontrol de las quemas que ocurrieron en bosques y tierras forestales de producción.
Considerado santa Cruz como  el epicentro de la agroindustria boliviana, las tierras y suelos destinados a este efecto también se determinaron científicamente. Estudios de uso de suelo señalaron que podríamos disponer de cierta cantidad de tierras para agricultura. A la línea que divide las tierras de bosques de las de uso agrícola se le llama frontera agrícola. Significa que la agricultura no puede pasar a tierras de bosques sin ocasionar cambios que nos afectarán a todos.
La frontera es un límite científico que nos dice cuándo detenernos. Los suelos, que no son de uso agrícola o ganadero se deterioran y desertifican hasta perderse, si los utilizamos para este fin. Haití  en pocas décadas se convirtió en un desierto demostrando con ello que los desmontes, quemas, cultivos extensivos e intensivos y chaqueos, realizados en tierras no aptas, profundizan también el vínculo pobreza rural-migraciones-pobreza urbana.
No obstante, sin preocuparse por fundamentar tal postura con datos científicos, funcionarios de gobierno y de algunos sectores, han declarado que si no ampliamos la frontera agrícola pondríamos en riesgo nuestra seguridad alimentaria cuando, con casi más de dos millones de hectáreas cultivadas, no solo nos hemos alimentado los bolivianos; sino que hemos cultivado y exportado para atender las demandas de otros países exitosamente, según datos de los mismos sectores.
Hay quienes han hablado incluso de expandir la frontera agrícola hacia tierras de bosques, omitiendo explicarnos con qué bosques asegurarán los servicios ambientales que requiere la misma actividad agrícola (lluvias, climas estables, agua, aire). En todo caso hay que deponer el discurso alarmista de la “inseguridad alimentaria” y transitar hacia la seriedad, el conocimiento, los saberes, y la ciencia sobre la política agraria boliviana.

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