En estos
días está en marcha una nueva cumbre global sobre ambiente y desarrollo. La
llamada “Rio +20”, se celebra veinte años después de la famosa Eco ’92 de Rio
de Janeiro. Las apuestas a una nueva “economía verde” que permita relanzar el
crecimiento en los países industrializados, no logran superar las
contradicciones entre economías y ecología que se mantienen en las últimas
décadas. Entretanto la situación ambiental planetaria se ha deteriorado
sustancialmente.
Como aporte al debate de estos
días, comparto con ustedes un reciente artículo, “Economía verde, izquierda marrón“, que acabo
de publicar en el semanario Brecha (Montevideo). Al final se encontrarán
dos recuadros; uno es un breve repaso de las discusiones de las cumbres
mundiales sobre ambiente y desarrollo en los últimos 40 años, y el otro, es un
recuerdo de la “sal y pimienta” que sí tuvo la Eco de 1922, y que está ausente
en el actual encuentro. Sigue el texto:
Todos los
informes científicos que están leyendo los delegados gubernamentales que
viajarán a Rio concuerdan en alertar sobre la grave situación ambiental del
planeta. Por ejemplo, el indicador del “Estado de la Vida” en el planeta, que
recopila información sobre mamíferos, aves y otros grupos, ha caído un 30%
desde 1970.
En paralelo al cambio climático,
se considera que aproximadamente la mitad de la superficie terrestre estará
artificializada en los próximos años, cubiertas por cultivos, carreteras o
ciudades. Los lectores más jóvenes de Brecha serán testigos del futuro colapso
de dos de las mas grandes ecoregiones sudamericanas: el cerrado y la caatinga
en Brasil. Terminarán desvaneciéndose, tal como ocurrió hace un siglo atrás con
la Mata Atlántica, el segunda selva tropical más extensa del continente.
Se avecinan nuevos problemas,
muchos de los cuales resultarán esotéricos para el lector: la acumulación de
miles de millones de diminutas partículas de plástico o la pérdida de oxígeno
en distintas áreas oceánicas que desembocarán en zonas sin vida. Así como hoy
se habla de cambio climático global, también se está comenzando a discutir
cambios planetarios, por ejemplo, en los ciclos del nitrógeno.
La capacidad biológica de todo el
planeta tierra, estimada por un indicador de la superficie que brinda recursos
como alimentos o agua, o que recibe los desperdicios, suma un total de 12 mil
millones de hectáreas disponibles en cada año. Pero la población actual consume
mucho mas, unos 18,2 miles millones de equivalentes globales de hectáreas. Ya
hemos superado los límites ecológicos del planeta.
La acumulación de estos
problemas, apenas resumida aquí, lleva a que muchos expertos alerten sobre un
inminente cambio ecológico a escala planetaria. No se está hablando de la
desaparición de una especie en algún sitio remoto o la contaminación de alguna
laguna, sino que al traspasarse un umbral, se encadenan una serie de crisis
ecológicas.
La apuesta desarrollista
La apuesta desarrollista
La actitud prevaleciente en
muchos gobiernos por momentos admite la seriedad de los problemas ambientales
enfrentados, pero las soluciones que ponen sobre la mesa no sólo son
insuficientes, sino que pueden agravar la situación.
Actualmente el centro de las
discusiones gira alrededor de la llamada “economía verde”, postulándose
reformas de diverso tipo en procesos productivos, paquetes de subsidios o
sistemas impositivos, para promover actividades amigables con el ambiente. No
hay cambios sustanciales en los procesos productivos, sino que se busca ampliar
el espectro de negocios posibles para incorporar a la propia Naturaleza.
Las naciones industrializadas
llegan a Rio de Janeiro con una agenda dividida en muchos temas específicos,
como puede ser el abordaje del cambio climático, pero casi todas ellas aspiran
a implantar esta nueva “economía verde”. Su propósito es relanzar el
crecimiento económico a partir de sectores ecológicos, como serían las energías
renovables o la instalación de “servicios ecológicos” que se podrían comprar o
vender en los mercados. Muchos consideran que el estancamiento económico
europeo podría superarse con esta “economía verde”.
Las naciones del sur en general
observan estas propuestas por un lado como una oportunidad para lograr
beneficios (por ejemplo, acceder a nuevos mercados de bienes y servicios
ambientales), pero por otro lado, hay cierto temor en que sean usadas para el
proteccionismo comercial.
El diálogo político por momentos
se vuelve bizarro. Los países del norte reclaman algunas medidas ambientales
contundentes, pero los del sur responden que como son pobres, aceptarían esas
medidas si se les transfieren recursos financieros y tecnologías. Naciones como
China o Brasil en unos momentos se presentan como nuevas potencias económicas emergentes,
pero en otros momentos se encogen, vuelven a ser subdesarrolladas, y piden
dinero de la cooperación internacional.
El
contexto Latinoamericano
En ese marco, los países
latinoamericanos llegarán a Rio de Janeiro también cargando con sus divergencias.
Comencemos por Brasil: bajo el gobierno Lula da Silva los temas ambientales
perdieron relevancia; se intentó controlar la deforestación en la Amazonia,
pero en otras áreas se priorizaron proyectos productivos y exportadores. La
situación se ha agravado bajo el gobierno de Dilma Rousseff a tal punto que un
grupo de grandes organizaciones ambientalistas hace pocos meses atrás
sostuvieron que se vive el “mayor retroceso de la agenda
socio-ambiental desde el final de la dictadura militar”. En el
plano internacional, Brasilia sigue una agenda ambiental unilateral, ya que no
coordina ni el seno del MERCOSUR (donde hay un grupo en esta materia), ni
tampoco con los demás países del continente (GRULAC – Grupo Latinoamericano).
Todos los demás vecinos
sudamericanos llegarán a Rio de Janeiro cargando serios problemas ambientales.
En estas últimas semanas están en marcha graves conflictos ambientales
especialmente en las naciones andinas. En Bolivia está avanzando una nueva
marcha indígena que reclama proteger un parque nacional, en Perú las protestas
mineras han incluido represión policial, muertos, y hasta una crisis en el
gabinete de Ollanta Humana, y en Ecuador, finalizó pocas semanas atrás una
multitudinaria marcha nacional en defensa del agua y contra la minería. Con una
conflictividad mas baja, aunque no sin tensión, se encuentran las resistencias
locales a la minería en Argentina o las represas en Chile, similares a las
disputas que se viven en Uruguay frente a Aratirí u otros proyectos.
La respuesta de buena parte de
estos gobiernos ha sido muy similar: criminalizar la protesta ciudadana,
iniciar acciones judiciales contra sus líderes, y burlarse de los temas
ambientales, concibiéndolos como trabas al desarrollo. La criminizalización y
judicialización, que avanza en los países andinos y Argentina, se enfoca en los
líderes sociales o en condicionamientos legales a las ONGs de base o redes
nacionales.
Las posturas políticas se pueblan
de contradicciones. El presidente Evo Morales reclama medidas globales
enérgicas contra el cambio climático, pero no las toma dentro de su países, y
ahora considera que las demandas de indígenas o ambientalistas son una nueva
forma de colonialismo.
La burla se ha convertido en otro
instrumento común. Así como José Mujica se burlaba de quienes defienden los
venados o las dunas costeras, otros mandatarios hacen cosas similares. Rafael
Correa de Ecuador califica las demandas ambientales como “infantilismo de izquierda”
y Cristina Fernández de Argentina, los tipifica como una postura esnob.
Todo esto hace que el progresismo
gobernante en América del Sur llegue a Rio de Janeiro en una situación muy
incómoda. En todos los países la agenda ambiental está en retroceso, se
flexibilizan los controles ecológicos, y se aceptan grandes inversiones con
alto impacto en el entorno.
Las estrategias de desarrollo
siguen basadas en aumentar las exportaciones de materias primas, aprovechando
el alto precio en los mercados internacionales y la voraz demanda asiática. Es
cierto que bajo el progresismo ha regresado el Estado, y que se intentan
distintos programas de asistencia social para reducir la pobreza, y que esto ha
sido exitoso. Pero también debe reconocerse que en todos estos países, desde la
Venezuela de Chávez al modelo Kirchner “nac & pop” (nacional y popular), se
sigue dependiendo de las materias primas.
Las nuevas estrellas que
alimentan el actual crecimiento económico en unos casos son hidrocarburos, en
otros minerales, y más cerca nuestro, monocultivos como la soja. Esta
estrategia está repleta de impactos ambientales, que van desde la contaminación
minera y petrolera, a la pérdida de áreas silvestres por el avance de la
frontera agropecuaria. Pero el progresismo necesita de esos emprendimientos, ya
que ellos son esenciales para financiar sus planes de lucha contra la pobreza
basados en pagos mensuales en dinero (tal como hace el MIDES en nuestro país).
No se logra romper una relación
productiva y comercial desigual. Mientras que en el pasado América Latina
enviaba sus materias primas al norte industrializado para luego comprarles sus
manufacturas, mientras que hoy las exportamos a China, para importar desde allí
electrodomésticos, automóviles o textiles.
Bajo esta situación, si se
implantan medidas ambientales en serio, muchos emprendimientos extractivos
serían inviables ya que nunca lograrían pasar las evaluaciones de impacto
ambiental. También sería necesario contener el consumismo, en unos casos porque
involucra productos con componentes tóxicos, terminan en mucho desperdicio o
consumen mucha energía. Estos son límites que ni siquiera los gobiernos
progresistas están dispuestos a cruzar, de donde sus intervenciones en las
negociaciones de Rio+20 terminan en cuestiones menores, campañas publicitarias
o apelaciones a la responsabilidad empresarial.
También han cambiado los actores
involucrados en estas contradicciones ambientales. En el pasado, las empresas
transnacionales de los países industrializados eran responsables de muchas
debacles ecológicas. Pero hoy nos encontramos que se viven problemas concretos
con corporaciones que son latinoamericanas, como pueden ser las brasileñas
Petrobrás (hidrocarburos) o Vale (una de las empresas mineras más grande del
mundo). La situación se vuelve más complicada todavía, cuando se descubre que
buena parte de la propiedad accionaria de esas empresas está en manos del
gobierno brasileño, su banco de desarrollo (BNDES) o de los fondos de pensión
de los grandes sindicatos. Aquí se origina una nueva tensión y fractura en los
debates en Rio de Janeiro, ya que unos cuantos movimientos sociales, incluyendo
grandes sindicatos, ven con buenos ojos la actual ola extractivista que
descansa en los recursos naturales, y no están dispuestos a aceptar medidas
ambientales sustantivas.
Entretanto, para las comunidades
campesinas o indígenas de Perú, Bolivia o Ecuador afectadas por emprendimientos
petroleros, hidroeléctricos o mineros, no encuentran diferencias entre empresas
brasileñas o afincadas en el hemisferio norte, o entre aquellas que en su junta
directiva tienen sindicalistas progresistas o economistas neoliberales.
Es así que a Rio de Janeiro llega
una izquierda latinoamericana que ha reciclado la vieja tradición de exportar
materias primas. Su agenda es cada vez menos verde, en tanto acepta la
destrucción de la Naturaleza, y al centrarse en el desarrollismo convencional,
se vuelve marrón, con toda su carga de contaminación. Es por estas razones que
este progresismo se está convirtiendo en una “izquierda marrón”.
Bajo esta compleja situación, y a
su vez enmarcada en una crisis económica en los países desarrollados, nadie
está dispuesto a asumir los costos de un cambio de rumbo sustancial en el
desarrollo. La idea de una “economía verde”, por sus limitaciones, alimenta el
creciente escepticismo. Seguirá por lo tanto, pendiente el recurrente problema
de la inviabilidad del camino desarrollista actual.
RECUADRO
LA SAL Y
PIMIENTA
Hace veinte años atrás estuve en
la Eco’92 de Rio de Janeiro. La vitalidad en aquellos tiempos es muy distinta a
la actual Rio +20, y vale la pena compartir algunos recuerdos.
Al finalizar la década de 1980,
la temática ambiental estaba en una fase de expansión y proliferación, tanto en
ideas como en sus prácticas. Se estaban instalando nuevas disciplinas como la
biología de la conservación, la economía ecológica o la ética ambiental, las
que de variadas formas contribuyeron a los debates en Rio. Uruguay no estuvo
ajeno a esas innovaciones; por ejemplo, en Montevideo se celebró la consulta
latinoamericana sobre una nueva estrategia para conservar la biodiversidad, la
que fue uno de los insumo claves en el texto de la convención que en esa
materia aprobaron los gobiernos en Rio.
La perspectiva ecológica se
adentraba en campos totalmente novedosos en aquellos tiempos, como eran las
implicancias ambientales en el comercio internacional de mercancías o en los
flujos de capital. Uruguay también alcanzó visibilidad en estos temas, al
evaluarse los impactos de un préstamo del BID para la electrificación del riego
para arroz. La desaparición de bañados y esteros en el Este del país afectaría
a poblaciones de aves, que no sólo eran uruguayas, ya que también había
migrantes desde el extremo sur del continente como desde Canadá y Estados
Unidos.
La presión ciudadana era enorme.
Fue la primera cumbre gubernamental de las Naciones Unidas con una
participación de varios miles de delegados de movimientos sociales, que incluso
organizaron su propia “cumbre paralela”. Centenas de carpas se agrupaban en la
explanada de la playa de Flamengo, con sus talleres en las mañanas y tardes,
reuniones de trabajo o recitales en las noches, albergando una variedad
multirracial y cultural impactante. Se agolpaban trajes típicos, lucidos con
orgullo, y lenguas de los más alejados rincones del planeta. Toda esa masa
humana ejercía una presión enorme sobre los gobiernos.
Las actitudes políticas también
eran otras. Nadie se burlaba públicamente del tema ambiental. En Uruguay, entre
los principales promotores de la temática ambiental se encontraban un senador
del Partido Comunista, Leopoldo Bruera, y un diputado del Partido Socialista,
Ramón Legnani. Las posturas verdes de esos y otros legisladores de aquel Frente
Amplio, se me ocurren imposibles en la actualidad. Bruera, por ejemplo, insistía
en potenciar al ministerio del ambiente y en contar con una ley efectiva en
evaluación del impacto ambiental, mientras que en la actualidad muchos
parlamentarios observan en silencio los intentos para desmembrar ese ministerio
y aligerar las exigencias ambientales.
Uruguay ya contaba con un
ministerio del ambiente, desde donde se elaboró un informe técnico, a su vez
basado en una consultoría realizada con la OEA, que fue coordinada por Jorge
Rucks, quien ahora es el director de la Dirección Nacional de Medio Ambiente.
El presidente Luis A. Lacalle viajó a Río, junto a una delegación
multipartidaria, mientras que el intendente Tabaré Vázquez participó de un foro
de alcaldes. Durante la cumbre, al presidente Lacalle se le escapó que buscaba
construir una central nuclear en Paso de los Toros, lo que desató un fuerte
rechazo ciudadano.
RECUADRO
UN
PROCESO DE CUARENTA AÑOS
1972
Rio+20 es el paso más reciente en un proceso que formalmente comenzó en 1972, con la primera cumbre internacional sobre ambiente y desarrollo, celebrada en Estocolmo (Suecia). En aquel tiempo, las naciones occidentales, el bloque soviético, y los países del sur, incluyendo los que se denominaban “no alineadas”, abordaron los primeros síntomas de la crisis ecológica.
Rio+20 es el paso más reciente en un proceso que formalmente comenzó en 1972, con la primera cumbre internacional sobre ambiente y desarrollo, celebrada en Estocolmo (Suecia). En aquel tiempo, las naciones occidentales, el bloque soviético, y los países del sur, incluyendo los que se denominaban “no alineadas”, abordaron los primeros síntomas de la crisis ecológica.
En esos años se lanzó la
advertencia que el crecimiento económico perpetuo era imposible, ya que más
tarde o más temprano, las economías encontrarían sus límites ambientales. En
unos casos éstos se debían al agotamiento de recursos naturales, como
hidrocarburos o minerales. En otros casos, respondían a las limitaciones de la
Naturaleza en poder superar la contaminación y otros impactos humanos. Durante
casi quince años se agudizó un debate que concebía una oposición entre metas
económicas y ecológicas que no era posible resolver bajo el estilo de
desarrollo convencional. Esas advertencias ambientales eran combatidas tanto
por la derecha como la izquierda política, y en particular los dependentistas
latinoamericanos.
1987
Un nuevo paso tuvo lugar en 1987, cuando una comisión de las Naciones Unidas intentó superar la contradicción entre “conservación” y “crecimiento” económico. Su reporte, “Nuestro Futuro Común”, presentó una versión del “desarrollo sostenible” que entendía a la protección de la Naturaleza como indispensable para asegurar el crecimiento económico. Se buscó dejar contentos a todos: se reconocía la gravedad creciente de la crisis ambiental, pero no se rechazaba el crecimiento económico; se defendía cierta conservación de la Naturaleza, pero se mantenía la clásica postura de aceptar que la pobreza y el desarrollo dependían de la marcha económica.
Un nuevo paso tuvo lugar en 1987, cuando una comisión de las Naciones Unidas intentó superar la contradicción entre “conservación” y “crecimiento” económico. Su reporte, “Nuestro Futuro Común”, presentó una versión del “desarrollo sostenible” que entendía a la protección de la Naturaleza como indispensable para asegurar el crecimiento económico. Se buscó dejar contentos a todos: se reconocía la gravedad creciente de la crisis ambiental, pero no se rechazaba el crecimiento económico; se defendía cierta conservación de la Naturaleza, pero se mantenía la clásica postura de aceptar que la pobreza y el desarrollo dependían de la marcha económica.
1992
El siguiente paso se concretó en 1992 con la Cumbre de la Tierra en Rio de Janeiro, donde se aprobaron los más importantes tratados internacionales ambientales, como es el caso de la Convención sobre la Diversidad Biológica o la Convención Marco sobre Cambio Climático. El impacto de aquel evento fue enorme, y sentó las bases de la gobernanza ambiental contemporánea.
El siguiente paso se concretó en 1992 con la Cumbre de la Tierra en Rio de Janeiro, donde se aprobaron los más importantes tratados internacionales ambientales, como es el caso de la Convención sobre la Diversidad Biológica o la Convención Marco sobre Cambio Climático. El impacto de aquel evento fue enorme, y sentó las bases de la gobernanza ambiental contemporánea.
2002
Los diez años del encuentro en Rio de Janeiro (Rio + 10) se celebraron con una nueva cumbre pero en Sud Africa. No se acordó ningún nuevo tratado en temas ambientales, pero bajo la sombra de las ideas neoliberales, se instalaron los reclamos para mercantilizar la Naturaleza. Los países sudamericanos, con Brasil a la cabeza, se sumaron a esa perspectiva.
Los diez años del encuentro en Rio de Janeiro (Rio + 10) se celebraron con una nueva cumbre pero en Sud Africa. No se acordó ningún nuevo tratado en temas ambientales, pero bajo la sombra de las ideas neoliberales, se instalaron los reclamos para mercantilizar la Naturaleza. Los países sudamericanos, con Brasil a la cabeza, se sumaron a esa perspectiva.
Publicado en
Brecha, 15 junio 2012, pp 33-35, Montevideo.
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